domingo, 19 de mayo de 2013

Una cartera de piel marrón. Versión Benito



Dedicado a Benito, un buen amigo y camarada.

 


  El cuerpo del hombre –unos 30 años- yacía muerto sobre la acera. Un golpe en su pecho que revelaba un hematoma de feo color morado oscuro parecía ser la causa del fallecimiento. El inspector de homicidios ya intuía que le diría la forense sobre el arma fatal: un genérico objeto grande, romo y pesado. A. llevaba más de 20 años en el cuerpo, problemas con la autoridad y las pastillas. Al menos, pensaba, no completaba el tópico de policía quemado con una desmadejada y larga gabardina marrón. Tampoco llovía. Resolvería este caso con su fuerza acostumbrada. Su trabajo consistía en recoger la basura, sostenía, así que sus modos eran los de un basurero, no los delicados métodos de un cirujano.

 No había pistas, ni testigos, nadie había visto nada. Tomó la cartera del fallecido, su única pertenencia junto a una carterita donde guardaba lo necesario para liarse cigarrillos. Era una cartera de piel marrón clara algo gastada, no excesivamente grande pero tampoco era pequeña, de una marca muy conocida. Lucía poderosa, parecía dar entender que su portador era un hombre importante, pero en su interior no guardaba tarjeta de crédito alguna y la cantidad de efectivo era irrisoria.
 Lo primero era lo primero. Se presentó en el domicilio que aparecía en el DNI de la victima. Le abrió el padre, le comunicó la triste noticia, el padre lloró. A. podía oír como si fuera un sonido real el chasquido de la mente y el corazón al quebrarse y era un ruido horrible, más que el del propio llanto. Pidió permiso para entrar en la habitación del hijo, unas estanterías con decenas de libros, un escritorio con un portátil, fotos de amigos –ninguna indicaba que tuviera pareja-. No encontró drogas y la decoración no llevaba a pensar en un chico melancólico o agresivo. La madre le confirmó que se trataba de una persona alegre. Preguntó si había trabado enemistad con alguien y la respuesta fue negativa.

Bien, seguía sin tener ninguna pista. Volvió a inspeccionar la cartera. Lo interesante se encontraba en el espacio reservado a las tarjetas. Se trataba de una solapa con ranuras para las finas láminas de plástico en la parte superior y una tela de rejilla para el DNI en la posterior. En una de las oquedades guardaba un par largo de tarjetas de visita de restaurantes, un teatro y varios locales de música en vivo. En otra un satinado calendario de bolsillo de un grupo de música que desconocía, en el que aparecía una foto estilizada de las y los miembros de la banda junto al logo de la formación. Mostró la foto del muerto a los camareros y dueños de aquellos locales, pero ninguno le recordaba. Eso quería decir que nunca había tenido líos.

 Decidió entonces probar con el grupo de música. Entró en su página web y la casualidad quiso que tuvieran programado un concierto para esa misma noche. Se presentó en el local donde tocaban, absolutamente lleno. La puerta de los camerinos estaba entreabierta y pudo ver a los músicos concentrándose para salir, era el momento del rito de salida, todos portaban en su mano una especie de amuleto que resultó ser un pin con el logo y nombre del conjunto. Tocaron, el público botó, gritó y gozó. Cuando volvieron a retirarse al camerino les abordó, su placa le abrió la puerta. Les preguntó si conocían al fallecido. Resultó ser un buen amigo y las lágrimas corrieron por sus mejillas. Dijeron no conocer si tenía enemigos. La contrabajo balbuceo que deberían dedicarle una canción, las miradas eran bajas y las voces balbuceantes. A. decidió salir de allí, no iba a sacar más información útil. Expulsaría el sonido de los sollozos de su cabeza con Jack y Vicodina, si, eso estaría bien.

 Al día siguiente no podría decirse que se hubiera levantado, pues no había dormido. Le deprimía su desastrado y sucio apartamento, le daba ardor de estomago la comisaría, así que decidió asirse a otra de las piezas del rompecabezas que contenía la cartera de piel marrón y salir en busca de respuestas. Se trataba de una composición fotográfica impresa en cartón dividida en recuadros en los que aparecían, suponía, amigos y familiares. Las personas mayores que aparecían en una escena navideña eran los padres del desafortunado. En el recuadro de al lado exhibía sonrisa una bella chica morena, era una de las que aparecían en el calendario del grupo de música. Debajo de ella un grupo de jóvenes, chicas en su mayoría. Con la banda ya había hablado, por lo que decidió encontrar a alguna de las jóvenes del grupo de chicas. Reconocía los edificios que servían de escenario a la foto y para allá que se fue. Se sentó en un banco próximo al lugar que servia de escenario para la foto y esperó fumando un cigarrillo tras otro y rezando a un Dios en el que no creía que apareciera una de las mujeres. Y apareció, una flacucha de rizos dorados. Le comunicó el óbito de su amigo, averiguó que se conocían por haber trabajado juntos y repitió lo que decían todos los conocidos de la victima: no tenía enemigos. Se alejó la chica con los ojos acuosos mientras llamaba a alguien por el móvil. A., usando su propio móvil utilizó una aplicación que oficial y técnicamente no existía –y que en cualquier caso era ilegal- y sincronizó su celular con el de la amiga del fallecido. Hablaba con una voz femenina de organizar una cena para recordar a su amigo. Mierda, esto se estaba convirtiendo en un callejón sin salida. Le dolía la cabeza.

 Llegó el momento de rendir cuentas de sus pesquisas ante el comisario. Tuvo que admitir que no tenía ninguna pista. No había ningún móvil para el asesinato. “Un suceso triste, el fallecido se encontró la muerte de forma inopinada y violenta, paseaba por la calle cuando, supongamos, un atracador que pretendía su dinero y su móvil le robó, en cambió, la vida” le dijo el inspector a su jefe. Era una suposición absurda y falsa, nada indicaba que se tratara de un atraco – el sujeto conservaba todas sus pertenencias-, pero a falta de pruebas acabaría convirtiéndose en la explicación oficial. El comisario empezó a soltar una larga perorata, pero el pensamiento de A. estaba ocupado por las expresiones alegres de las caras en las fotos de los amigos y familiares del asesinado que guardaba en la cartera de piel marrón demudadas en mascaras de tristeza y llanto al conocer la noticia de su fallecimiento.

 Después del tenso y largo despacho con el comisario A. volvió al escritorio que ocupaba en propiedad desde hacía 20 años en la comisaría. Introdujo la cartera en un sobre para pruebas, la guardó en el cajón y salió a fumar un cigarrillo. ¿Qué diría su cartera si le encontrarán sin vida?, reflexionaba. Que era inspector de policía y que era cliente del banco cual y la caja tal. Nada más. Ni siquiera tenía fotos de sus hijos, estaba divorciado y no solía verlos mucho. Su cartera no guardaba ninguna historia, no estaba destinada a ello, pero la victima se deducía contenta de llevar un resumen de su vida en el bolsillo.  Era feliz con la gente que le rodeaba, así que era lógico guarecerlos en la cartera, después de todo eran su capital más importante. Alguien recordaría su nombre después de muerto.


"Yo te nombro" Reincidentes.



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