miércoles, 3 de julio de 2013

Bañada en salitre






Tarde luminosa de agosto en el rompeolas. Javier esta sentado sobre las rocas, sus pies descalzos lamidos por la espuma del mar. Intenta quebrar el silencio blanco de los folios de su cuaderno.

 A lo lejos, asomada a la orilla, bañada en salitre, distinguió una figura familiar. Necesitaba la compañía de un amigo en aquellas horas de marea baja, así que se acercó a ella.  Era Ana, hace miles de años sus vidas estuvieron cruzadas. Ella le contó que  tras un largo viaje consiguió alcanzar la playa.

 Anocheció. No querían volver a casa. Fueron hasta el cercano Hotel Los Ángeles. En la habitación, sentados los dos en una polvorienta moqueta, Javier le preguntó si podía acompañarla de nuevo. Se abrazaron, no volverían a naufragar y liberarían París. Durmieron entrelazados y amanecieron después de las seis sin dramas esta vez.