martes, 12 de noviembre de 2013

Cancer






Ha sucedido. Cáncer. Los Chesterfield que fumo desde mi pubertad han cobrado negra venganza. El médico me señala unas manchas en una radiografía de mis pulmones. Estoy demasiado triste y desconcertado para prestarle atención.

Desde entonces doctoras, enfermeros. Salas de espera, camas de hospital. Radioterapia, pierdo el pelo, me siento débil. Amigos y familiares que me gritan enfadados “te lo dije” para luego echarse a llorar; me abrazan, me dan palabras de ánimo, llegan regalos y flores. Lo peor es que no volveré a probar un cigarrillo.

 Mas malas noticias, por azares de la biología ha aparecido un tumor también en mi cerebro. Presiona no se que parte de él que me emborrona la visión de mi ojo izquierdo. Es un comensal rápido e insaciable, me matará, éste si. Pasado mañana, a mas tardar, me dicen. Hay que operar, opinan.

 Me informa de la operación el cirujano que la llevará a cabo. Habla de forma profesional y sencilla, sin demasiada emoción en su voz. Al acabar su explicación me toma suavemente la muñeca y me mira a los ojos. Su gesto es cálido y hay sinceridad en su mirada, pero prefiero al enfermero balbuceante que vino antes. Sabe que estoy acabado, que con toda probabilidad la diñare en la mesa de operaciones y él tendrá que cerrarme los ojos, pero aún así intenta animarme con chistes e ironías tontas.

 Me empeño en que me dejen salir a pasear fuera del hospital. La jefa de enfermería sabe que es el último deseo de un moribundo y me franquea el paso a la luz del sol, a la bendita luz del día.

 Enfrente del lugar de muerte y resurrección donde estoy ingresado hay un parque. Lo ando un buen rato, paseo por sus alamedas, sorteo las cacas de perro. Acabo sentándome en un banco. Me acompaña una vieja amiga. Tiene los ojos vidriosos y turbios por las lágrimas. No me molesta morir, de alguna forma he ido preparándome todos estos meses. Me duele la desolación que dejaré en el corazón de quienes me quisieron. En eso he sido afortunado. Ni menos que unos, ni mas que otros; pero he sido feliz y ahora he de dejar un mundo de padres cariñosos, de amigos cómplices, de risas en la madrugada.

 Mi amiga rompe al fin a llorar, estropeando el rimel que contornea sus dulces ojos. Me abraza, con fuerza, con desesperación. Tartamudea que todo saldrá bien. Ella no sabe que lo esta haciendo todo mas difícil. Pero también lo hace mas fácil, encerrado entre sus brazos, acogido en su pecho en el que late fuerte su corazón, siento que no todo ha sido en balde, ha merecido la pena vivir. Me descubro rezándole a un Dios en el que no creo.

 Muero en la mesa de operaciones. Un pitido agudo, largo y pronunciado del electrocardiograma es mi despedida del mundo. No se pudo hacer nada, no hubo negligencia, simplemente sucede. No importa, tengo en mi puño cerrado mis dos monedas de plata para el barquero. El cirujano anuncia para que alguien la anote la hora de la muerte, se quita los guantes de látex lila con resignación y abandona el quirófano. Quizás le cueste dormir esta noche. Para el enfermero será más complicado, tiene que limpiar y procesar mi cuerpo. Llevarme a la morgue. Es el guardián de los muertos, se dice. Ellos le acompañan y para él no es tan fácil como para el doctor deshacerse de ellos. Éste irá camino ahora de lloriquearle a su pareja, a la barra de un bar o a calentar el banco de una capilla solitaria de un Dios muerto. Pero el enfermero ha de quedarse a acompañar a los muertos.

 Cruzo la gran Laguna, de aguas profundas y quietas. El Barquero me aconseja que no gire la vista atrás a la orilla que acabo de dejar, es mejor así. Le pregunto, entonces, si es bonito al otro lado. Suspira, esta cansado de esa pregunta, repetida durante milenios, y contesta que él solo conoce la Laguna. Por alguna razón voy vestido con mi vieja cazadora de cuero negra que me regalaran unos amigos y a la que solo he abandonado en verano. Noto un peso en uno de sus bolsillos, antes vacio. Introduzco la mano, palpo el objeto y sorprendido lo saco para observarlo. Es una cajetilla de Chesterfield. Hay que joderse.