sábado, 10 de agosto de 2013

Alonso Quijano y Sancho Panza, Investigadores Privados, "Desfacemos entuertos"




Plaza de un poblachon del sur de Cuenca, con sus casas encaladas, sus tapias y portalones, sus ventanas con recias rejas, piedras viejas e iglesias que guardan secretos y privados tesoros barrocos. Alonso Quijano y Sancho Panza toman un café. De espigada y triste figura uno, de baja estatura y oronda tripa el otro. Parecen abatidos y derrotados.

 Los dos amigos han llegado a la Plaza Mayor – o Plaza de la Iglesia, o del Ayuntamiento - en un viejo sidecar de morado oscuro y la palabra “Rocinante” pintadas en su flanco. Vienen a desfacer entuertos, como pone a modo de eslogan en la puerta de su despacho de investigadores privados, pero los entuertos son muchos.

 Quijano mira distraído el horizonte, coronando una loma, a lo lejos, se divisan unos altos molinos de viento que producen electricidad y piensa en ellos como enormes gigantes. Pero no hay emoción en sus pensamientos, se encuentra melancólico, su bella Dulcinea se marcho con sus masters a trabajar de camarera a algún pueblo inglés de impronunciable nombre.
 El humor de Sancho no es mejor, la “ínsula de Barataria” se demostró un gran fraude inmobiliario y ahora tiene unas llaves que no abren ninguna puerta.

 De una oficina de tonante nombre comercial que da la plaza emerge un flacucho encorbatado, camisa rosa con sus iniciales bordadas. Se enciende un cigarrillo y ladra ordenes recompra y de venta en un japonés macarrónico. Quizás sea este hombre el objeto de sus investigaciones, piensan ambos, pero ni es uno solo ni saben sus nombres. El entuerto es grande y Quijano y Panza beben café en silencio, derrotados.