Era una mochila de cuero marrón claro y oscuro
a la vez, no muy grande y sin demasiados bolsillos. En ella no cabía el mundo,
ni siquiera contenía nada especial. Un jersey que le venía grande, una cartera de
piel marrón oscura y lo necesario para liar cigarrillos. Había sido un regalo y
quizás por eso le gustaba. O quizás porque sabia que ese cuero aguantaría los soles de
muchos veranos y los fríos de numerosos inviernos. O quizás porque aquella
mochila le hablaba de caminos y veredas por recorrer, de la gravilla crujiendo
bajo la suela de su zapato, de la arena de playa en el dobladillo de sus
pantalones, del calor del asfalto. Una mochila que era su compañera
de viaje.
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