El concierto fue
un éxito. La obra para piano, violín y saxofón compuesta por aquella pálida
alumna levantó de sus butacas a
docentes, autoridades, alumnos y demás presentes en la sala. “original” “con
mucho ritmo” “clásica y moderna” eran frases que se repetían en el auditorio.
Después del concierto vi a muchos acercarse a felicitarla, pero ella parecía
inmune a los halagos, sabedora, quizás, que los que se acercaban a darle
palmaditas en la espalda solo buscaban
de alguna manera participar en su triunfo. Pero ella solo era una chica con un
instrumento, nada más.
Pude escuchar a un hombre ofrecerle tocar en noseque
acto, una manifestación o algo así. Ella rechazo cortésmente la invitación, no
se creía mas que nadie y poco podía criticar a quién seguramente contaba con
los mismos defectos que ella. Me hubiese gustado acercarme a decirle que no la
creía.
No la creía porque mentía. Las bellas melodías
y ritmos que daba a sus obras y a su violín eran grito suave y dulce contra
todo lo feo de este mundo. Allí, encima del escenario, se atisbaba otro
presente mas amable. Su armonía contrastaba con los gritos desesperados y furiosos
de gente encolerizada, con razón o sin ella, que tomaban las calles aquella estación
de sangre.
Uno, con ánimo de hacerse el interesante en
una reunión con los colegas, podía arrellanarse en su silla, soltar parsimoniosamente
una bocanada de humo de su cigarrillo, decir aquella manida frase de
Shakespeare de que el mundo era “ruido y furia” y rematarla con una media
sonrisa burlona de suficiencia; pero ella asía la realidad y la coloreaba, la
ordenaba en notas cantarinas a lo largo de las líneas de un pentagrama,
transformándola en algo que merecía vivir y experimentar. Su música no era para
oídos cínicos.
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