domingo, 31 de agosto de 2014

Un viaje a Galicia




Al principio….

Valencia, la mar Mediterráneo, de aguas quietas y domesticadas,
de costa acechada por enormes edificios, molares e incisivos
que mastican groseramente la tierra y la arena, robadas las dunas.

Naranjos, arrozales, acequias y  barrancos,
una gran plana a la que llaman huerta.

Tierra adentro el paisaje se accidenta. Montañas, algún bosque por fin verde.
(También) Viñedos y de frontera un gran pantano de aguas azul plástico.

Luego…

La ondulada planicie manchega.

La A3 como gran cicatriz de asfalto que la recorre de este a oeste.
Aún hoy molinos de viento que se alzan altivos y enjutos.

La tierra se seca, el cielo se enturbia y su azul se ensucia, una gran urbe, es Madrid.

Mas tarde…

La gran estepa de cereal castellana, que se dora bajo un cruel sol de agosto y que se helará en invierno, solo rota su monotonía por oteros aquí y allá,
por bosquecillos valientes de encinas y alcornoques esparcidos sin ninguna generosidad.

Pueblos que lucen orgullosos nombres de mas de tres palabras que informan que albergan castillos, palacios y motas,
pero  el mayor logro de esta tierra es el río Duero.

Rebaños de ovejas, hombres duros que dormitan recogido ya el trigo.

Al fin…

Invade al terreno, a las casas y a las gentes la melancolía de un sol taciturno
y un cielo gris.

El verde de la vegetación ahora es orgulloso y vital, ocupándolo y colonizándolo todo.

Es Galicia. Es el Atlántico. Sol que despide el día bañándose en el océano dejando de si un cielo incendiado de llamas naranjas.

Casas de piedra y granito donde se acumula musgo de siglos,
montes de pinos propios y eucaliptos extranjeros, arrobados por helechos

 Costa que se rompe en su encuentro con el mar,
agua, agua por todas partes –en el aire, en la tierra- cristalina, cantarina.

 Las rías y sus bateas –y el puente de Rande-, su fecunda tierra roja y sus viñedos en altura.

Y, a veces, la bruma que esconde trasgos y oculta a la Santa Compaña.

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