lunes, 9 de enero de 2012

De vuelta entre la multitud


La dama de blanco y yo os traemos otro cuentecito. Dedicado a esas personas que me dice el blog son mis seguidores (me siento lider religioso o un guru jeje) y a los hacedores de música y sonidos (que palabro mas raro acabo de inventar) en particular. Aquí va, espero que os guste:

El hombre sabio transportaba agua desde el viejo pozo hasta su casa, una solitaria construcción de adobe en lo alto de la rocosa montaña. El pozo no distaba mucho de su hogar, pero tenía que recorrer una empinada cuesta para ir de un sitio al otro. Cada mañana bajaba con su cubo de madera y lo llenaba con agua clara y limpia y andaba bajo su peso el desnudo camino hacia su morada. Últimamente pensaba mucho mientras hacia aquél camino.

Despojado de todo lo material, solitario entre los riscos de aquella montaña siempre nevada, dedicado todo el día a meditar sobre el ser y la nada, muchos presumían su sabiduría y unos pocos ascendían a su apartada cabaña a pedir su consejo. Amaba al mundo desde su atalaya en la roca, insuflaba cariño en sus máximas. Amaba, pero no era amado. Con un orgullo que intentaba rechazar pensaba que sus palabras habrían ayudado a los caminantes fatigados que se acercaban a llevar una mejor vida, a darse cuenta de las cosas importantes, quizás a querer mejor. Pero nunca podría aconsejar a nadie como llegar mejor a fin de mes, a cuidar mejor una familia con un marido ausente.

Cuando reflexionaba sobre todo ello no sentía el peso del agua, sino el peso de la soledad. Y del silencio. Apreciaba mucho el sitar que unos músicos de la comarca le habían regalado, tañéndolo intentaba romper un silencio que ahora le oprimía. Añoraba la música. 

No echaba de menos el ruido de los coches, de excavadoras haciendo zanjas, de gritos, de sirenas de ambulancia. Pero echaba de menos los sonidos de aquélla zona de Nueva Delhi donde se crío, donde no habían coches ni excavadoras. Las voces de los niños correteando juguetones, las mujeres de los puestos de fruta voceando su mercancía, al santón que cantaba sus oraciones caminando en trance por la calle. Los olores de las especias del mercado y el incienso de los pequeños templos. Entendió que no había huido de aquellos sonidos y olores, solo había huido cobarde de la pobreza que atenazaba esas calles, de la desesperanza, del hambre en los estómagos. Pero en aquellas calles, aun sucias y míseras, palpitaba la vida, la risa de los niños, la voz exaltada de los jóvenes hablando de su equipo favorito, los chascarrillos de los mayores. Y comprendió que era a la vida a la que había renunciado, al amor que podrían darle y el amor que podría dar. Y decidió volver entre la multitud.



2 comentarios:

  1. El hombre incompleto siempre busca su felicidad en lo que no tiene, ahora en la tranquilidad, luego en el bullicio. Y está condenado a fracasar hasta que entienda que la felicidad no es un fin,sino un medio.

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  2. Aunque no la comparto, la idea de que la felicidad no es un fin, sino un medio es interesante ¿a que te refieres?

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